Muchas veces como
ciudadanos nos habremos puesto a reflexionar sobre cual es la ciudad que
queremos. Conscientemente, como cuando estamos hartos del tráfico, de
la inseguridad, del desorden, o inconscientemente, como cuando pasamos
por un rincón, una calle, una plaza, y nos detenemos un momento a
observarlo y pensamos que ese rincón, esa calle, esa plaza, ese espacio
urbano tiene algo especial que nos agrada.
Posiblemente exista una banca por ahí que esté debajo de un árbol muy frondoso con un aroma especial, que lo hace único y lo caracteriza, y nos sentemos a descansar. Un poco más allá, un grupo de niños juega espontáneamente mientras alguna madre o una abuela, observa desde su ventana. En otro espacio un grupo de vecinos están sentados en unas sillas alrededor de una tienda, conversando muy animadamente, o viendo el tiempo pasar. De repente pasan en bicicleta otros vecinos saludando, regresando del trabajo. Una pareja de enamorados pasa agarrados de la mano sin importarle su alrededor. Todos están muy vivos, sin poses ni apariencias.
Tal vez estos momentos los hemos vivido algunas veces, cuando éramos niños o adolescentes o en cualquier etapa de la vida, hace poco, hace muchísimo tiempo, ayer no más, varias veces o nunca, o tal vez lo hemos vivido tan solo en alguna escena en el cine, en un libro, en una novela o en un cuento que nos ha permitido soñar y sentir nostalgia por un espacio que alguna vez o nunca lo hemos vivido pero sabemos que existe y posiblemente ese momento pensamos y damos un suspiro “hay como me gustaría……..”
Estos rincones, calles, plazas espacios urbanos, los podemos encontrar en los ejemplos más sencillos e individuales, en donde la dueña de una modesta casa, ha arreglado una jardinera frente a su casa, con muchas flores y plantas a ras del suelo, que suben enredándose en el muro, varias macetas colgando en el alero un poco destartalado, y pequeños maceteros que se apoyan en la ventana. Por algo los pintores y fotógrafos escogen estos rincones para sus obras. Los podemos encontrar también en los ejemplos históricos y culturales como en las ciudades griegas junto al mediterráneo, en donde los vecinos tienen sus sillas en las callejuelas y placitas porque ahí la vida social es afuera, mientras adentro solo entran si es que quieren descansar. Por algo estos sitios se convierten en destino turístico de todo el mundo.
Algo que los caracteriza es que la persona o las personas que viven alrededor de este espacio han participado en muchos momentos de la vida de estos espacios, lo cuidan, se identifican con él, son parte de él, existe una simbiosis entre el ser humano y su hábitat. No han sido espacios fríos impuestos desde un escritorio y diseñado por un técnico. Son espacios o rincones en donde sus habitantes han plasmado su personalidad, sus hábitos, sus costumbres. Son espacios que han sido creados por muchísimos seres a lo largo del tiempo y quienes han llegado simplemente se han integrado a él puesto que el espacio los ha acogido. Entonces decimos, esto es acogedor.
Espacios y momentos acogedores o inhóspitos. Esos espacios muy vivos y esos momentos muy vivos, son en sí una sola cosa, como esos espacios hostiles y esos momentos desagradables, y si tal vez no los percibimos es porque la sensibilidad se ha hecho callo y no nos damos cuenta aunque lo tengamos a nuestro lado, pero si nos detenemos a observarlos tienen la fuerza de devolvernos a nuestra esencia más profunda, a hacernos sentirnos vivos por un momento.
Para lograr la ciudad que queremos, debemos volver la mirada a esos tantos lugares sencillos que nos vuelven a encontrar con nosotros mismos. La verdadera ciudad que queremos es la que nos motiva a vivirla y compartirla.
Desgraciadamente los espacios hostiles son los que abundan en la ciudad actual. Los lugares en donde el espacio es impersonal, fabricado en serie, sin vida; la ciudad de los falsos sueños que nos impone la sociedad de consumo, la moda, la de la apariencia, la que resalta el ego del diseñador; la ciudad de los miedos, en donde uno se siente inseguro, quiere pasar rápido y encerrarse de los demás; la de la desconfianza, de grandes muros y urbanizaciones cerradas, sin vinculación entre sí; la de las vías, la diseñada solo para circular y hacerlo rápido, sin quedarse; la contaminada, la ruidosa en donde se pensó para la máquina y por lo tanto totalmente deshumanizada; la del desencuentro, en donde los contactos son mínimos y no sabemos ni quien es mi vecino; la disgregada, en donde por un lado vivo, por otro trabajo y o estudio, por otra parte hago compras y en otro sitio muy lejano me divierto; la lucrativa, la que le interesa el negocio sin importarle el ciudadano ni el ambiente.
Hagamos el ejercicio de recrear los espacios que nos han provocado momentos vivos cuando pensemos en el rincón, en la calle, en el espacio urbano, en el barrio, en la ciudad que queremos y participemos en su diseño. La única forma de tener una ciudad para los habitantes es a través de la participación ciudadana desde el detalle más pequeño, que de detalle en detalle podremos lograr una ciudad con toda la diversidad y riqueza de todos sus habitantes.
Posiblemente exista una banca por ahí que esté debajo de un árbol muy frondoso con un aroma especial, que lo hace único y lo caracteriza, y nos sentemos a descansar. Un poco más allá, un grupo de niños juega espontáneamente mientras alguna madre o una abuela, observa desde su ventana. En otro espacio un grupo de vecinos están sentados en unas sillas alrededor de una tienda, conversando muy animadamente, o viendo el tiempo pasar. De repente pasan en bicicleta otros vecinos saludando, regresando del trabajo. Una pareja de enamorados pasa agarrados de la mano sin importarle su alrededor. Todos están muy vivos, sin poses ni apariencias.
Tal vez estos momentos los hemos vivido algunas veces, cuando éramos niños o adolescentes o en cualquier etapa de la vida, hace poco, hace muchísimo tiempo, ayer no más, varias veces o nunca, o tal vez lo hemos vivido tan solo en alguna escena en el cine, en un libro, en una novela o en un cuento que nos ha permitido soñar y sentir nostalgia por un espacio que alguna vez o nunca lo hemos vivido pero sabemos que existe y posiblemente ese momento pensamos y damos un suspiro “hay como me gustaría……..”
Estos rincones, calles, plazas espacios urbanos, los podemos encontrar en los ejemplos más sencillos e individuales, en donde la dueña de una modesta casa, ha arreglado una jardinera frente a su casa, con muchas flores y plantas a ras del suelo, que suben enredándose en el muro, varias macetas colgando en el alero un poco destartalado, y pequeños maceteros que se apoyan en la ventana. Por algo los pintores y fotógrafos escogen estos rincones para sus obras. Los podemos encontrar también en los ejemplos históricos y culturales como en las ciudades griegas junto al mediterráneo, en donde los vecinos tienen sus sillas en las callejuelas y placitas porque ahí la vida social es afuera, mientras adentro solo entran si es que quieren descansar. Por algo estos sitios se convierten en destino turístico de todo el mundo.
Algo que los caracteriza es que la persona o las personas que viven alrededor de este espacio han participado en muchos momentos de la vida de estos espacios, lo cuidan, se identifican con él, son parte de él, existe una simbiosis entre el ser humano y su hábitat. No han sido espacios fríos impuestos desde un escritorio y diseñado por un técnico. Son espacios o rincones en donde sus habitantes han plasmado su personalidad, sus hábitos, sus costumbres. Son espacios que han sido creados por muchísimos seres a lo largo del tiempo y quienes han llegado simplemente se han integrado a él puesto que el espacio los ha acogido. Entonces decimos, esto es acogedor.
Espacios y momentos acogedores o inhóspitos. Esos espacios muy vivos y esos momentos muy vivos, son en sí una sola cosa, como esos espacios hostiles y esos momentos desagradables, y si tal vez no los percibimos es porque la sensibilidad se ha hecho callo y no nos damos cuenta aunque lo tengamos a nuestro lado, pero si nos detenemos a observarlos tienen la fuerza de devolvernos a nuestra esencia más profunda, a hacernos sentirnos vivos por un momento.
Para lograr la ciudad que queremos, debemos volver la mirada a esos tantos lugares sencillos que nos vuelven a encontrar con nosotros mismos. La verdadera ciudad que queremos es la que nos motiva a vivirla y compartirla.
Desgraciadamente los espacios hostiles son los que abundan en la ciudad actual. Los lugares en donde el espacio es impersonal, fabricado en serie, sin vida; la ciudad de los falsos sueños que nos impone la sociedad de consumo, la moda, la de la apariencia, la que resalta el ego del diseñador; la ciudad de los miedos, en donde uno se siente inseguro, quiere pasar rápido y encerrarse de los demás; la de la desconfianza, de grandes muros y urbanizaciones cerradas, sin vinculación entre sí; la de las vías, la diseñada solo para circular y hacerlo rápido, sin quedarse; la contaminada, la ruidosa en donde se pensó para la máquina y por lo tanto totalmente deshumanizada; la del desencuentro, en donde los contactos son mínimos y no sabemos ni quien es mi vecino; la disgregada, en donde por un lado vivo, por otro trabajo y o estudio, por otra parte hago compras y en otro sitio muy lejano me divierto; la lucrativa, la que le interesa el negocio sin importarle el ciudadano ni el ambiente.
Hagamos el ejercicio de recrear los espacios que nos han provocado momentos vivos cuando pensemos en el rincón, en la calle, en el espacio urbano, en el barrio, en la ciudad que queremos y participemos en su diseño. La única forma de tener una ciudad para los habitantes es a través de la participación ciudadana desde el detalle más pequeño, que de detalle en detalle podremos lograr una ciudad con toda la diversidad y riqueza de todos sus habitantes.
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